Las carreras de Fórmula 1 están muy de moda tras los triunfos del piloto asturiano Fernando Alonso y muchos espectadores están familiarizados con aspectos técnicos que tiempo atrás sólo estaban reservados a los expertos. Hoy es frecuente oir como el espectador habla del cockpit, del hans, el pit-lane o la trazada limpia.
Las empresas, en consonancia con esta moda, han descubierto que un curso de pilotaje representa un gran incentivo para sus directivos a la vez que en buen medio de motivación y de estímulo profesional. Y, con lemas tales como "equipos de alta velocidad" o "equipos de alto rendimiento" se lanzan al circuito de F1 para que sus directivos experimenten la fuerte sensación de ponerse al volante de un rugiente y salvaje vehículo de competición.
Yo he tenido la oportunidad de participar en uno de esos cursos de pilotaje en Mont Meló, al volante de un Fórmula Renault y quiero transmitir las experiencia y sensaciones que he tenido. Sobre todo para dejar muy claro que esa aparente facilidad con que un piloto profesional conduce esos monstruos mecánicos, es absolutamente engañosa y que no se trata sólo de conducir un vehículo potente. Es algo mucho mas complicado.
Con carácter previo al curso de pilotaje que se realizó en un fin de semana, los ocho participantes que íbamos a asistir, nos sometimos a un previo reconocimiento médico. Se trataba de averiguar si teníamos algún problema que nos impidiera pilotar, tal como problemas cardiorespiratorios, dificultades cervicales y talla adecuada para poder entrar en el habitáculo (lamentablemente uno de mis compañeros fué excluido porque estaba algo rellenito).
Durante toda la tarde del viernes estuvimos inmersos en clases teóricas impartidas por un piloto francés, donde se nos fué explicando tanto las características del bólido que íbamos a pilotar, como los trazados del circuito, las señalizaciones, las técnicas, las recomendaciones, etc.etc. Eso sí, para tener una auténtica inmersión automovilística, nos enfundamos ya los trajes y la correspondiente bisera publicitaria.
Al día siguiente por la mañana ya nos bajamos al pit lane y a vehículo parado empezamos a tener contacto con ese potro salvaje que es un Fórmula. Primer ejercicio práctico: entrar en el bólido que no es cosa nada fácil ya que hay que empezar sacando el volante, meterse de pié dentro, empezar a contorsionarse con los brazos hacia arriba para intentar encastrarse en el cockpit (es el habitáculo del vehículo). Un auxiliar te coloca el cinturón de seguridad de cinco anclajes bien ajustado y a partir de ese momento empiezas a sentirte materialmente encerrado, casi tumbado y aunque las rodillas están algo flexionadas, las piernas quedan estiradas para llegar a los pedales. Allí te explican que tu culo está a solo cinco centímetros del suelo para que el centro de gravedad esté lo mas bajo posible.
Quedas ya materialmente embutido en el habitáculo y te colocan el volante. Uff, aun no has hecho nada y ya estás literalmente empapado de sudor. Uno de nosotros empieza a sentir claustrofobia y lamentablemente decide abandonar. Es incapaz de seguir en el curso.
Con el motor apagado, con esa cierta sensación de claustrofobia y con los brazos casi pegados al cuerpo, empiezas a notar el tacto de los pedales. Un acelerador a la derecha que te tienta a pisarlo a fondo y un freno en el centro que lo tocas y sientes que está muy duro. Empiezas a familiarizarte con los botones y luces del volante, pero sobre todo con las levas del cambio.
Te concentras en esas dos levas detrás del volante, que hacen la función de la palanca de cambios y empiezas a tocarlas con suavidad. Te explican que en ese prototipo no hay marcha atrás, ya que cuando vas a 250 por hora, si por error te equivocaras y pusieres la marcha atrás, el motor explotaría materialmente.
Tras toda la mañana familiarizándote con el bólido, hacemos un pequeño descanso para comer y volvemos al callejón de los garajes para iniciar ya la prueba de fuego. Los auxiliares encienden el motor y empiezan a pedirte que aceleres por encima de 6000 revoluciones para que el monstruo se caliente y adquiera la temperatura adecuada. El ruido es infernal y por mucho que los instructores de Renault te digan que eso es normal, te sientes sobrepasado.
El motor ruge, el pulso se acelera y allí dentro te das cuenta de que en tus manos no tienes un potente turismo. Tienes en tus manos una bomba, una fiera que sientes se te puede ir de las manos y has de domesticar. De pronto llega el momento de salir del pit lane y descubres que eso no es un utilitario y que meter la primera, soltar el embrague y acelerar, no funciona. El coche se cala. Es preciso pisar alegremente el acelerador al tiempo que se suelta el embrague de modo sincrónico y eso no es fácil. Tras varios calones consigues iniciar una arrancada limpia.
Delante de ti, a modo de lazarillo se pone un Renault Megane, pequeñito sí, pero que vuela a 250 km hora. Has de seguirlo a una distancia prudente y el te irá marcando las trazadas, los puntos de frenada, las aceleraciones a fondo, etc. Tras completar seis vueltas al circuito, vuelves a los boxes, te bajas del bólido, cuentas tus sensaciones y te preparas para la nueva salida.
Ya mas relajado vuelves a situarte en el habitáculo, arrancas y esta vez ya si sales sin que se cale. Ves el Megane que te espera y aceleras para ponerte a su cola. Inicias una nueva ronda de vueltas al circuito y empiezas ya a percatarte de cuales son las trazadas mas adecuadas, qué ocurre cuando pisas los pianos, dónde están las señales de proximidad a las curvas, etc. Empiezas a notar cómo te embriaga la velocidad, sientes la impresiòn que te produce acelerar y notas una gran sensación de poder.
Al fin último día del curso, y ya no tienes al Megane lazarillo delante. Ahora ya saldrás al circuito tu solo y serás el auténtico dueño de tus actos. Sales del pit-lane, ves el semáforo abierto y te lanzas al circuito. Ahora te asaltan unas grandes incertidumbres: ¿Qué velocidad pongo? ¿a qué distancia de la curva voy a frenar?. Si salgo con la velocidad inadecuada la salida de curva será lenta. Si piso el freno antes de tiempo entraré muerto. Si cojo la trazada inadecuada igual termino en el césped. Uffs un montón de decisiones que resulta complicado tomar, máxime cuando estás en una gran tensión emocional. Al final el resultado es que mientras que tu empiezas a frenar a 300 metros de la curva, el profesional suele hacerlo a los 100 metros o incluso menos. Mientras tu vas frenando suavemente el profesional pega un zapatazo al freno, reduce al tiempo tres o cuatro velocidades y sale como un avión.
Después de ocho o diez vueltas al circuito empiezas a disfrutar ya del bólido, pero las sensaciones con increíbles. Notas como te quedas pegado al asiento al acelerar o cómo la cabeza se te va hacia adelante al frenar (parece que el casco es de acero y que pesa como un saco de arena). Sientes como en las curvas la cabeza se te va a un lado y que no puedes enderezarla. Pero sobre todo, en la recta de tribunas, cuando aceleras a fondo y te pones a 250 km por hora, notas como su fueras en una coctelera. Las vibraciones son brutales y te asustas. Finalmente, completadas diez vueltas te ordenan ir hacia el pit lane y el curso ha finalizado.
Si alguien me preguntara como ha sido la experiencia, diría que impresionante y a la vez frustrante y digo frustrante por esa sensación de que cuando ya empiezas a dominar algo al monstruo, aun querrías mas. Pero también es frustrante porque aun queriendo mas, tu condiciòn física no te permite seguir. Estás materialmente agotado.
La conclusión que he sacado es que, por bien que lo haya podido hacer, no ha sido lo mismo que pilotar en una competición, donde se precisa de condición física que yo no tengo, reflejos, pericia, concentración extrema y sobre todo valor. Y además de todo esto otros 20 bólidos a tu alrededor que te van a obstaculizar y que te lo van a poner difícil.
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