Primero empezó el lehendakari
Ibarretxe con eso de los vascos y las vascas, después siguió la ministra Bibiana
Aído con lo de los miembros y las miembras y ahora nos encontramos ya con todos
los políticos y muchos periodistas utilizando de modo insistente los dos
géneros: ciudadanos y ciudadanas, niños y niñas, usuarios y usuarias, etc.
Vamos a ver, yo no soy ningún experto lingüista, ni tan siquiera un buen conocedor de la
gramática española. Tengo 65 años y desde la escuela, pasando después por el
instituto, tuve la suerte de estudiar bajo unos planes de estudio en los que se
valoraba el esfuerzo y se perseguía una
formación integral. (viendo lo que veo en los modernos planes de estudio, creo
que esa formación que recibíamos en aquellos tiempos era mejor que la actual).
De modo concreto recuerdo que, ya en primero de bachiller, una b o una v mal
puestas, o una acentuación incorrecta, implicaban una fuerte bajada de la nota
de un exámen.
Ciñéndome a la
gramática, aprendí que por economía lingüística,
cuando utilizamos el plural, ha de hacerse sólo en género masculino. Hoy en
día, la propia Real Academia Española se manifiesta en el sentido de decir que
utilizar en plural el género masculino y femenino, es un circunloquio
innecesario puesto que emplear el género no marcado, es suficientemente
explícito para abarcar a los individuos de uno y otro sexo. Frente al uso de “señoras
y señores” o “damas y caballeros”, la RAE sostiene que puede tratarse de un
tratamiento de cortesía comúnmente conocido, pero técnicamente, este
tratamiento destruye la economía del lenguaje.
Parece por tanto que, una
cosa es el género puramente gramatical de nuestra lengua castellana (el
masculino es el género no marcado que incluye a individuos de ambos sexos) y otra cosa distinta es el sexo de una
especie. El uso del plural masculino ya tiene antecedentes latinos muy claros y
variados: reges (el rey y la reina); filii (los hijos y las hijas; frates (el
hermano y la hermana), etc. Y es precisamente esta confusión y también razones
de tipo ideológico o sexista, la que lleva a que muchos adopten la práctica del
desdoblamiento de género en sus discursos. Aducen para ello que la lengua
castellana es machista al referirse en plural, sólo al género masculino, pero
ignoran que ese plural genérico derivado del latin, no tiene nada que ver con
la composición de nuestra sociedad y sí con la necesidad de simplificar la
oratoria. Y una prueba clara de que el género no significa sexo es que, al
menos que yo sepa, una mesa no tiene una vagina, al igual que un sol no tiene
un pene.
Si yo ahora digo que el oso
es una especie en extinción en Asturias, evidentemente me estoy refiriendo a la
especie y no a los osos machos o las osas hembras. O si digo que los recortes
sociales del gobierno han perjudicado a los españoles, está claro que no me
estoy refiriendo sólo a los hombres por contraposición a las mujeres. O si en
la calle pregunto a un amigo por sus hijos, es evidente que estoy preguntando
por su hijo y su hija. Por tanto, cada vez que los políticos recurren a estos
desdoblamientos, es evidente que se están apartando no ya del lenguaje
gramaticalmente correcto, si no del propio lenguaje común.
Y si haciendo esas
redundancias linguisticas, se quedan tan panchos y creen que son unos genios
del discurso utilizando su lógica parda, centrada en el sexo y no en el género, que me
digan si cuando hablan a los vocales de una junta, van a decir señores “vocales”
y señoras “vocalas”, porque entonces cuando se refieran a la “presidencia”,
también tendrán que referirse al “presidencio”. Y entonces concluirán que si es
una mujer será “la presidenta”, pero si es el hombre será el “presidento”. De
modo similar, siguiendo su lógica basada en el sexo, en vez de “capilla
ardiente” tendrían que decir “capilla ardienta”.
Señores políticos genios de
la oratoria, entérense, que se dice estudiante y no estudianta; paciente y no
pacienta; independiente y no independienta; dirigente y no dirigenta; o residente y no
residenta. A algunos periodistas también les diría que por el hecho de ser
hombres, no son periodistos, que son periodistas. Termino parafraseando a una profesora que
dirigió una carta abierta a un grupo de personas que habían firmado un
manifiesto en defensa del género y que decía: Tengo la esperanza de que esta
carta llegue a esos ignorantes semovientes (no ignorantas semovientas, aunque
ocupen cartas ministeriales) y hacerles ver que esos firmantes del manifiesto
eran: el
dentisto, el poeto, el sindicalisto, el pediatro, el pianisto, el golfisto, el arreglisto, el funambulisto, el proyectisto, el turisto, el
contratisto, el paisajisto, el taxisto, el artisto, el periodisto, el taxidermisto,
el telefonisto, el masajisto, el
gasisto, el trompetisto, el violinisto, el maquinisto, el electricisto, el oculisto, el policío del
esquino y, sobre todo, ¡el
machisto!
Concluyo diciendo: No es lo mismo ser “un
cargo público” que “una carga pública”
Igual estoy equivocado y pensando bien, sólo son un cargo público.
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