Ayer, moviéndome por
Facebook, me encontré con uno de los muchos mensajes que circulan por la red
social y que decía “Para qué compras en
las grandes superficies y das beneficios a empresas multinacionales, de las que
no sabes quienes son sus dueños, ni dónde están. Compra en las tiendas de tu
barrio y así ayudarás a los autónomos que tienes al lado de tu casa.” ¡Caramba!
reflexionando sobre esto, sin hacer ninguna valoración de a quien iban los
beneficios de mis compras, me di cuenta de que en mi casa, se seguía al pie de
la letra esta recomendación, ya que para las compras domésticas, recurrimos de
modo habitual a las tiendas de al lado, donde conseguimos casi todo lo que
necesitamos para nuestra intendencia diaria. Resulta cómodo, tienes un servicio
personalizado, te tratan realmente bien y hasta son tus amigos.
Para las compras habituales
de carne, charcutería, vino, productos de limpieza o higiene, te bajas a Riodi
donde te atienden con gran esmero, pulcritud y servicio. Dado que ya conocen
tus gustos y preferencias, hasta te aconsejan sobre determinados productos que
les acaban de llegar y que te pueden interesar. Además, aunque sean pocos los
productos que te llevas, te facilitan la labor subiéndote a casa las bolsas de
la compra. Si lo que necesitas es pescado, pues nada, te vas un poco más allá a
ver a María la joyera (digo joyera porque en vez de pescado, lo que vende son
joyas pisciformes) y le compras esa merluza que te encargó tu mujer, bueno, o
terminas desobedeciendo a tu mujer y sales de allí con ese pez que te miró mal
en el expositor y viendo la mirada cómplice de María le dijiste, pónmelo.
Además, para que no esperes, le dejas el encargo, te va limpiando o cortando el
pez, te vas a hacer tus cosas y a la vuelta a casa, ya recoges la bolsa y te la
llevas.
Y para todo lo demás te vas al Trampolín. Quiero
comentar especialmente y quizá con mucho énfasis, lo que pasa en esta tiendina
que yo suelo llamar “la casa de socorro”, porque probablemente, aunque sus
dueños ni tan siquiera sean conscientes de ello, están practicando un márketing
comercial digno de ser estudiado en las escuelas de negocios. El Trampolín era
una tiendina pequeñita, situada al lado de un cine, que vendía chuches. De
pronto el cine cerró y esto obligó a que los dueños de modo urgente a dar un
giro radical a su negocio y llegaron a lo que hoy es.
Sus dueños Chelo y Jovino,
son unas personas buenas donde las haya, muy trabajadoras y muy singulares.
Frecuentemente, cuando están atendiendo a los clientes, riñen entre ellos y
consiguen que nosotros los clientes entremos en el conflicto y mediemos en
favor de Chelo si la cliente es una mujer, o a favor de Jovino si el cliente es
un hombre. (se hacen notar. Gran regla del márketing). Cuando paso por delante
paseando a mi perra, hago un gesto y digo: “Una especial de la casa” y cuando
vuelvo del paseo entro y ya tengo una chapata preparada con el grado de cocción
que a mí me gusta. Si quiero un periódico o una revista, allí la tengo. Si las
tiendas ya están cerradas y necesito una botella de leche, de aceite o unos
ajos, allí los tengo. Si quiero unos huevos de aldea, allí me los consiguen. Si
quiero unas patatas de buena calidad, ellos me las proporcionan. Si quiero
fruta, allí tengo la mejor. Una empanada para ir de excursión, un croissant
para desayunar, allí hay. Desde las 8 de la mañana hasta casi las 11 de la
noche, allí están al pie del cañón.
Y si faltara poco, aplican,
probablemente también sin saberlo, una de las máximas del marketing que es “la
fidelización del cliente”. Adoran las mascotas y todos los perros del barrio
pasan por allí en busca del trozo de empanada o de cualquier otra cosa que
Chelo y Jovino les dan. Si pasas con un niño, sale de allí con una chuche. Y
ojo que un niño o un perro van a tener preferencia frente a cualquier cliente
(el cliente que espere que pa eso ye de la casa). ¿qué más se puede pedir?
En resumen, aunque los
productos puedan ser algo más caros, porque en esas tiendas de barrio no te vas
a encontrar con las ofertas de las grandes superficies, al menos a mí me
interesa pagar ese sobreprecio, por la comodidad y la calidad del servicio que
recibo en ellas. Y además, de paso, contribuyo a que esas personas autónomas
que trabajan mucho y muy duro, puedan ganarse la vida, porque además, en
definitiva estos negocios son las que contribuyen a sustentar nuestra economía.
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